El mundo [nos recuerda el papa Francisco] necesita una auténtica y valiente
«revolución cultural» (LS 114). Y esta pasa por la educación, por un pacto educativo
global, que ponga la persona en el centro y apueste por una sociedad más humana y
solidaria. En esta dirección, la educación católica, desde la luz que aporta el Evangelio,
se convierte en un cauce verdaderamente humanizador que recupera los distintos
equilibrios de la persona: el interno con uno mismo, el solidario con los demás, el natural
con los seres vivos y el espiritual con Cristo Jesús y con Dios, abriéndonos, de esta
manera, global e integralmente, a ese Misterio que nos abraza y envuelve.
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